jueves, 15 de febrero de 2007

De la información

Leo los periódicos, oigo la radio…; no hay otra salida. De vez en cuando, entre jerigonza partidista y periodística, encuentro donde poner atención sin sentirme manipulado. La murmuración y la adhesión a un grupo se han elevado a rango de oficio; y los trapos sucios y el puede, a manjares de bocas que, antes de soltar la mala baba, deberían pasar una prueba deontológica; aunque nunca fui partidario de exámenes. Alguno habría que lo salvara, que supiera discernir entre los deberes a los que se obliga al empuñar una pluma o un micrófono, y los derechos individuales a ganarse el pan sin maltratar la propia profesión. Es verdad que entre el trigo está la paja, pero aun corriendo vientos de libertad, esta última se aferra a la tierra. Y algunos no llegan ni a desear reconocimiento profesional y social, que con hermana menor se conforman. Ser popular hoy por hoy no tiene mérito. Baste a cualquiera asomarse desde dentro a una pantalla tonta, digo mejor, menguada por las industrias que se ven y se oyen, para que a tu paso alguien comente o pregunte dónde te vio, de qué te conoce. Si te asomas por tercera vez a la rutina de los que miran y ocian, la pregunta muda y te reafirma: “¿Ese no es el que ayer salió por la tele? A la curta, y en contra del refranero, va la vencida; ya no hay duda, tú eres el del programa de ayer. Yo añadiría y el de anteayer, y el de siempre; y el de todos los días diez veces, mañana tarde y noche; que las veinticuatro horas televisivas parecen haberse convertido en diez minutos de quiosco. Y los hay, periodistas, que argumentan que si el famosete de turno vende sus bragas, ellos también quieren su parte, aunque sea la menos recomendable. Y se olvidan de nosotros, del respeto que se debe a quien no quiere saber de prendas íntimas ajenas; de quien, con toda la buena voluntad del mundo, busca distracción. Si tú vendes, yo compro; si no, informo. Bonito lema para quien busca la verdad, sin tener en cuenta que muchas veces lo hace inmerso en la mentira, que no deja de ser un invento de todos. Y lo peor es que dentro de los afanes de cualquier madre, se ha colado el deseo de que su hija o hijo se adhiera a estas huestes, evolución del deseo de aquellas otras que hace cincuenta años soñaban a los hijos colocados en la banca y a las hijas bien casadas. La cultura popular evoluciona, pierde lo que tenía de popular y lo gana en vulgaridad. Una abuela ya no te cuenta una cuita de la guerra, de un tiempo pasado en infancias más difíciles, no, te cuenta el último chisme de quien menos te importa. El abuelo, que no ha sido capaz de asimilar el cambio, se refugia en el alzheimer y te recita de coro la alineación de su equipo cuando iba en tranvía al fútbol, sin que le pese la actual división partidista del cuarto poder; a él ya le resbala, para lo que le queda en el convento... Día vendrá que los telediarios, en vez de noticias, divulguen los pormenores de las peleas de los vecinos de la hijas no reconocidas de los mozos de espadas de unos toreros que se casaron con unas tonadilleras vírgenes; día vendrá que nos dé el parte meteorológico un lumbreras, que también asiste a la jet , usando del tarot patrocinado por un partido político, asociación inserta en una dieta para adelgazarse las neuronas con el fin de que los pensamientos sean menos pesados y las digestiones de ruedas de molino más llevaderas. Importarán poco el sol, las nubes o las temperaturas ya que el cambio climático será agua pasada. Y luego nos prohíben fumar, como si por los ojos y los oídos no entraran virus que afectan a la razón; razón que por no tener dueño anda por ahí sin interesar a nadie. Bonito día amanece y yo con estas ideas...

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