jueves, 22 de febrero de 2007

La Vida y yo

Las más de la veces que escribo, me cuestiono si soy escritor o no. La vocación y la grata sensación que siento mientras lo hago me dicen que sí, mas la razón me susurra que soy del otro bando, nunca contrario; que soy un lector tránsfuga, entre otras cuestiones por la comodidad. ¡Dónde va a parar! Y yo tampoco me veo. Siento cómo la Vida me va poniendo comas, como si me dijera «¡toma un poco de aire, hombre!». Cuando se repiten mucho, las comas, me cuela una con punto encima, y se lo agradezco; más que nada por romper la rutina, por dejar en su contexto las frases separadas por las primeras y delimitadas las fases por las segundas. Después viene el punto y seguido. Reparo fuerzas, me tomo un momento y al tajo, que pa luego es tarde; aunque si puedo le hago una trampilla y acabo la frase con una admiración o pregunta, y así no lo puede poner. Los puntos y aparte nos los repartimos sin cuestionarnos quién pone más. Cada uno, ella por sorpresa y yo por voluntad, cambiamos de renglón según nos parece, aun a sabiendas que el sujeto de todo lo escrito es el mismo. Yo, como he dicho, dejo a la vida hacer y deshacer. Bien es verdad que lo hago en la medida que ella me lo permite, pero me consiente actuar más sobre la puntuación intermedia. Somos cómplices, un poco rivales también; por eso nos vigilamos, nos dedicamos miraditas de soslayo, pendientes para que ninguno ponga el punto final. Y así, yo disfruto escribiendo y ella a su cotidianidad, que como madre, siempre anda encima de mí.

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