sábado, 5 de enero de 2008

Paquete (y sorpresa) desde Marruecos

Acabo de recibir un paquete postal. Me lo ha traído la paciencia y la esperanza. El remite me ha aclarado poco: UN AMIGO ENDE MARRUECOS. La letra con la que está escrita la orden de entrega, pues dirección de destino no lleva, tampoco me ha aclarado nada. Lo he dejado encima de la mesa, me he retirado unos pasos y lo estoy contemplando. Pienso si el ENDE del remite será aquel de La Historia Interminable, de Momo, de ... Pero no, no va a ser, porque ni Marruecos tiene nada que ver con Atreyu, ni Michael era amigo mío. Y además, si este escritor alemán me hubiera mandado algo, no podría haberlo hecho por correo ordinario. Pero… Esperad un momento. Parece que pierde volumen. Me refiero al paquete postal. Sí. Y el ambiente de la habitación se está llenando de un olor que, cualquiera que haya soñado o estado en Marruecos, reconocerá. El adelgazamiento sigue, más de uno lo quisiéramos. No me atrevo a tocarlo, aunque miedo no tengo. Quiero respetar su voluntad. El olor, ajeno pero agradable, me da un motivo para esperar. Ya no hay grosor, el envoltorio es ya plano y mi casa huele como un zoco de especias. Sólo me falta que se abra, que la blanca cuerda deje de abrazar el papel kraft, que el contenido se presente ante mis ojos sin yo intervenir. Las olas que recorrían el papel marrón han cesado. Me acerco. El olor se hace más intenso, no llega a molestarme. Tiro de un extremo del cordel y levanto el bulto que ya no lo es. Uso la otra mano y consigo deshacer la lazada. Palpo. No noto nada. Me parece vacío y empiezo a pensar que es una broma. Alguien que ha llenado un globo con esencia de pincho moruno, no lo ha sellado del todo, lo ha envuelto y me lo ha mandado. La idea deshace el encanto. Desdoblo el papel. Pero no es un globo desinflado lo que descubro, no. Es una postal. Y entonces me asusto antes de ilusionarme. Cientos de ranas multicolores saltan desde la foto.

Se ponen a respirar, haciendo hincapié en la inspiración, y el olor oriental desaparece. Y ellas con él. Miro de nuevo la postal y veo que es una cartulina blanca. La cojo, la volteo y me ilusiono. No hace falta que la lea, únicamente la firma. La alegría me invade… ¡GIUSEPPE ESTÁ VIVO! ¡ESTÁ VIVO! Pasa un segundo infinito en el que soy feliz. La curiosidad me saca de donde me he ido. Vuelvo a la habitación y leo las palabras escritas antes del nombre de mi león favorito, de mi amigo:
“Ya te contaré, pero, a unos pringaos que usé para venir a Marruecos, les he mandado un encarguito. Espero que les ayudes si lo necesitan. Tu amigo…”.
Me siento en un sillón con la postal entre las manos. Una lágrima emborrona la firma leona. ¡GIUSEPPE ESTÁ VIVO! Es lo que importa. No el que esté conmigo, no el que esté lejos, sino que vive. Llegué a pensar que se había suicidado por el desamor con el botijo. Pero siempre he apostado por la vida, aunque sea una vida en el recuerdo. Si puedo, os contaré más sobre Giuseppe y su descendencia.

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Nota:-El paquete de http://www.flickr.com/
Manipulación y montaje imégenes: Crul, de Mundo Picho.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por favor, no dejes de escribir sobre Giuseppe y su hijo, que esto está entretenidísimo.

Besotes,
Eva.