martes, 29 de enero de 2008

¡Qué "malo" es conocerse!


Uno siente que la voluntad se va entre los dedos cuando lo insignificante tira más que la gravedad. Cuando la percepción de uno mismo es privada y no múltiple, cuando levantas un muro de incomprensión entre el mundo y tú. Esta enfermedad es como un parásito, como un okupa que se instala entre las neuronas ya dañadas de una mente para la que vivir es arrastrar decisiones que no tomas. No, no se puede crear así, si acaso sólo el caos interior, la negación del ser. La alegría ajena te insulta, la risa cercana te daña, y el mundo es más mierda de lo que es. Y nunca se toca fondo, porque la muerte alivia y el inquilino no quiere renunciar a sus privilegios. Y si, por un casual, reconoces al alien en el espejo, la cosa no cambia ni se suaviza, porque la colonización se ha producido en toda su plenitud. Y entonces vives exclusivamente para alimentar esa tristeza que tiñe tus párpados, que apaga tu mirada, que consigue que sientas desamor por ti mismo. Hoy, en el peor sentido de la frase, hoy es siempre todavía.

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