viernes, 1 de febrero de 2008

Erre C.A. se mete a ejecutivo



Eran las siete menos cuarto de la mañana, y escuché música.
Me levanté y busqué su origen.
El reproductor de cedés que me regaló mi hija, y que ella usa en su baño, se había puesto en marcha.
«El sleep», pensé y apagué el aparato.
—Ey, Mendugo, ¿qué hases?
Erre C.A., salió de detrás de la puerta del baño atusándose con una mano la cabeza, porque pelo no tiene, y con un maletín en la otra.
—Hay gente descansando. No son horas.…
—Caro, pal que no tabaja…
—¿Y tú, trabajas, rano? —le pregunté de mal humor.
—Hoy ez mi pimed día. Mhesho jecutivo.
—¿De qué? —le seguí el rollo.
—Pubisitadio.
—¿Y qué es un ejecutivo de publicidad?
—Ez el que sencadga en la Agencia de vendéle al cliente la idea de cómo vendé su podusto al pedsoná. Su contasto. El vendedó. Pué zé mushas cozas.
—¿Un charlatán?
—Podía zé, pedo los chaddatanez ze llevan a caza unos eudillos, y loz jetutivo ze lo llevan muedto.
Engosan las hueztez de loz metdozezuale. En Eztadozunidod dudan meno que un gobiedno italiano.
A mí mhan asignao la cuenta de Shupetes el Pesón.
—¿Chupetes el qué?
—El Pesón —me aclaró tocándose uno de los conectores de su pecho.
—Chupetes El Pezón —susurré—. No los conozco.
—Fadtaría más queztuviedas al día de shupetes, Mendugo.
—Conozco otras marcas.
—No máz duna, segudo.
Lo dejé ahí, no fuera que me sacaran los colores, porque, a parte de Chicco, no se me ocurrían más.
—¿Y tú?
—Yo ez que hestudiao la competensia. Si quiedes thago un desumen.
—No, la verdad, tanto el producto en cuestión como el sector de tu trabajo no me interesan mucho.
—Pos debedías. Ez máz, ¿tú no pesumes de zé un niño?
—Sí, pero no un bebé.
—Mida, en ezo tenes rasón. No había caído yo. Pedo la pubicidad, aunque no quiedas siempe está pesente en tu vida.
—Eso es relativo.
—Y una miedda. ¿Tú quees que ze puede viví al madgen?
—No lo he pensado. Y ganas me dan. Pero, ahora no me siento yo muy analítico. Aunque creo que tienes razón. Es imposible aislarse de la publicidad. Lo que me llega a pensar que es una imposición.
—Ya te digo, Mendugo. Aunque tamén eztá er deresho a la infodmasión. Eztá to eztudiao. ¿Tú puedez id pod la calle con los ojo sedados?
—Sedados sí, pero cerrados no.
—Qué zalao, el mushasho. Puedes apagá la tele, la dadio, zaltadte laz páginaz del pediodico, pedo las vallas pubisitadias, zon ota cuestión. Y ezo zin contá que cuando vez una peli o un dogama de tele, como no tengas un colega que vaya tapando los envazes que colocan… Pedo, volviendo a los shupetez. Teno un pobema.
—¿Cuál?
—Poz que la pedsona que decide la compa no entiende de shupetez, ya no se acuedda. Azí que, aunque el Pesón fabique los mejodes, loz que dan máz plazé y loz que decoddadás de mayod y no te causadán ningún tauma, loz bebé no pueden dad la lata a zu made. Y loz queativos de lagensia no zaben cómo hincadle el dente a la campaña.
—Pues, que los hagan en forma de pene. Así podrán contar con expertas —le sugerí para quitármelo de encima y volver a la cama.
—Oye, no ez una mala idea. Ademáz, como zegudamente algún odganizmo potesta, pos máz pubisidad, y gatuita. Buen adgumento, zí zeñó.
Con las prisas se abrió el maletín y se desparramó por el suelo su contenido.
—¡Vaya pod Dios, con la disas que lleva uno!
Le ayudé a recoger.
—Me voy codiendo, no zea que ze le ocuda a oto la idea y me la pize —le faltó tiempo para salir por la puerta.
—Adiós, hombre, adiós… ¿Vienes a comer? —le grité por el hueco de la escalera.
No me oyó, pero yo a él sí. Iba recitando lo que supuse eran eslóganes.
—Shupetes el Pesón, te hadán un hombón. Chupa del Pesón y te hadás un dodmilón. Si del Pesón Erre C.A. estaba ya en la calle.


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