jueves, 17 de abril de 2008

La manicura

—Mendugo, aunque no m'haya bañao, podías hasedme la manicuda.
Su comentario provocó otro mío de una sola palabra y lo que Erre C.A. intentaba evitar. Una vez limpio volvimos a las uñas.
—Erre C.A., me gusta que seas medio aseado, pero las danas, como tú dices, no usáis uñas.
—Y ezo qué importa. Vozotro los hombez no tenéiz futuro y viviz —se desquitó de lo que le había obligado a hacer— . Toma la tohalla, me voy a mi dincón. Y no me baño pada ahodá agua, lizto de loz cohonez —con las ganas que puso en el insulto se le salieron de la boca los collares—. Ay, que ze me zalen toz, coña.
—Eso te pasa por hablar y pensar mal de los hombres.
—Pedo tú nopinabaz que miz colladez edan la cauza de mi mal hablá, y no el efesto. A ved zi te acladas, amigo.
—No, si yo claro lo tengo, otra cosa es que tú lo entiendas.
Erre C.A. se fue de la habitación, pero protestando.
—Y ensima me llama tonto. Que zi guado a medias, que zi dezuñado, que zi dedochón… Y ahoda tonto. Cualquied día m’hadto y no zé…
—¿Te vas? ­—le pregunté alzando la voz.
Pero no me contestó.

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