miércoles, 30 de abril de 2008

Los ombligos

—¿Eshamoz una padtidita de cadtaz?
—¿Y por qué no echamos de casa a un rano?
—Podque el dano del que habas ez un dano ezpecial —me siguió la broma Erre C.A.
—¿Y qué tiene de especial? —insistí porque le noté de buen humor.
—Que haba... Que t'ase pensá… No zé…
—No sé cómo puedes estar todo el día mirándote el ombligo, chaval —le recriminé con una sonrisa.
—No teno, pedo otoz que uzan no ze lo poden ved máz que en el ezpeho. Y, ademáz, ¿cómo vaz a explicá mi dezapadisión? ¿Disiendo que te doy musho la baddila?
—Por ejemplo —le contesté—. Y que comes mucho y ayudas poco.
—Inténtalo zi te atevez. Sedvantez tuvo suedte con la locuda, que ez lo que van a detestá en ti zi contaz que un pelushe t'ase la vida impozibe.
—Entonces, ¿qué me queda?
—Aguantadte, que ez un vedbo deflecsivo.
—Pero, no olvides que tengo pruebas: este blog, las fotos, el diario de tu padre…
—¡Mía tú ézte! ¡El inteligente…! Laz fotoz disen poco de mi habad y hased. Y, ziendo tú un apendiz de cuentizta, ya vez el valod que tene un diadio. Amén de que el Intedné no ez una pueba, ez un mundo, un ezsenadio pod donde deámbula hente como tú…
—Y como tú.
—Y no olvidez que yo dezpiedto máz cadiño y tednuda que un goddo canozo con aficiones litedadiaz. Y, al fin y a la pozte, zoy una poyessión infantil de tu ego, aunque ezo zí, la mehod.
—Vuelves a tu ombligo.
—No, Mendugo, vuevo al tuyo, que no tentadas.

No hay comentarios: