miércoles, 18 de junio de 2008

El canon


—¿Dónde vas con ese antifaz y esas vendas en las manos?
—No zon vendaz, zon guantez blancoz. Y voy a la Ezgae. Mi made me aconsehó: Donde fuedez, has lo que viedez.
—¿Y qué vas a hacer tú a la Esgae?
—Voy a dehiztadme como autod.
—¿Cómo autor de qué?
—De tontedíaz.
—No te van a dejar, Erre C.A.
—¿Cómo que no? En cuanto güelan dinedo.
—Pero tú y tus cosas no huelen a euros.
—¡Ni loz zedéz tampoco y mida! Ademáz, he invedtido en una compañía papeleda y voy a poponé un canon pada gavá loz folioz.
—¿Y eso?
—Podque no hay dedecho que tanto eztudiante haga copiaz ezquibiendo laz obaz que otoz inventan y lez zalga gatiz. Me voy a hasé famozo con el canon papeledo, ya vedáz.
—Pues ya puestos, pide un canon que grave los lapiceros, los bolis y todo eso, con ellos también se copia.
—Ya, pedo ezaz hedamientaz no zon zopodte. To el mundo ze echadía ensima. Sedía una tontedía.
—Pues de eso se trata ¿no? De “canonizar” tonterías.
—Tú ziempe tan anticledical. Pienza un poquito, Mendugo. Yo he invedtido en una fábica de papel, no en minería ni en tintodedíaz.
—¿Pero tú crees que los fabricantes de cedés reciben algo del canon?
—¿No?
—No.
—¡No hodaz, tío! Vaya shazco… Poz entonsez me quedo en cazita y vendo miz assionez.
—Más te vale porque si no, vamos a ser presuntos delincuentes hasta los que aprenden a escribir.

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