miércoles, 30 de julio de 2008

El boca a boca

—Ayer me pasé…
Erre C.A. me miró y levantó los hombros (o eso me pareció), pero no dijo una palabra. Ante su silencio me vi obligado a pedirle perdón por el malentendido.
—¿Malentendido? Yo a ezo le llamo un conato d’azezinato. Y no me tidez de la lengua que m'ahogo.
—Tampoco te pases…
—¿Qué no me paze? Zi m’he tenido que hased el boca a boca tes vesez. No zé como zoy capá de seguí dezpidando… Mida, zi no puedo ni habá.
—El boca a boca no se lo puede hacer uno mismo, no seas listo.
—Vaya que no.
—Pues no.
—Poz yo me lo he hesho en el ezpeho del baño. Aunque la veddá, cada ves m’ahogaba máz. Ay, que doló ziento en el pesho...
—¿Pero no has pensado que con la boca pegada al cristal no podías respirar?
—¿Y tú, Adiztótelez d'Ossidente, penzazte que con la cabesa metida en la siztedna llena de agua tampoco…? Que uno tene su codasonsito, hombe…
—Prometo resarcirte, Erre C.A.
—Poz y’aztáz hasiendo algo dico de comida y en abundansia, eh.
—A lo mejor no te conviene llenar el estómago…
—Zabáz tú lo que me conviene. ¡Hala, a la cosina! Azí dehas codé el aide aquí. Y no m'hagaz habá máz, que no puedo levantá la vos.
Ya en la cocina le grité:
—¡TE VOY A HACER UN SUFLÉ!
Y pronto supe que no le pasaba nada, porque su pregunta, también postulada a gritos, me dejó tranquilo.
—¿PADA MÍ ZOLITO?
—¡ZÍ, Y DE SEIS HUEVOS Y MEDIO KILO DE GRUYERE!
Cuando asomé la gaita por el quicio de la puerta del despacho, porque me pareció oír ruido, vi a Erre C.A. en pleno paroxismo y en medio de una danza parecida a la de los masais, pero a su altura.

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