martes, 15 de julio de 2008

La bota

—¿Cuándo vaz a dehad de fumá? —me dijo Erre C.A. ofreciéndome uno de mis puritos.
—Cuando me muera —contesté por contestar, porque estaba a lo mío.
—Ezo zegudo —e insistió en entablar conversación—. ¿No te lo plantead? Ahoda todo el mundo lo intenta.
—Ya me lo planteé durante mucho tiempo.
—Y ganadon laz fuedsaz del mal, ¿no?
—Efectivamente. Y porque soy tan anticuado que confundo rebelión con libertad.
—No te pillo, Mendugo.
—No puedes porque tú no has tenido la bota de nadie en el cuello. A lo sumo un colgante con forma de zapato.
—¿Y tú zí?
—A veces todavía la siento.
—Clado. Y no te llegaba la zangue al sedebo. Pod ezo eztáz azí.
—Sí. Pero al menos lo mío no es de nacimiento —le dije con retintín al rano.
—¿Quinzinuaz, tío?
Lo que quieras entender.
—Entonsez no t’entiendo.
—Mejor así. Y dame fuego, anda.

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