martes, 1 de julio de 2008

Lo que Erre C.A. contó

—Joe, macho. Podías contarme algo para publicar en mi blog. Llevas ahí, como un pasmarote, desde que empezó el calor y te prohibí la estivación en la nevera. Erre C.A., aunque le había hablado directamente, no se dio por aludido. En casi penumbra, se mantenía con los ojos semicerrados en una actitud de dejar pasar todo lo que no fuera comida. Así que, me levanté de la butaca, frente al ordenador, fui hasta su rincón preferido y acerqué mi cara a la suya.
—Que digo que podías contarme algo... No se me ocurre nada para el blog.
Erre C.A. no tuvo más remedio que volver en sí.
—Edez un comeodehaz, Mendugo.
—Y tú un parásito. ¿Te animas o no?
—¿A qué?
—¿No me has oído?
—No. Eztaba zezteando.
—Que si te animas a contar.
—Bueno, no quedo dizcutid con ezte caló. Cohe papel y lapis, pedo yo queo que ya lo zabez.
—Es igual, tú cuenta. Espera. —­me senté y cogí aperos para escribir—. Ya.
—Uno, doz, tez, cuato…
—Vete al cuerno, Erre C.A. Vaya ayuda que me das…
—¡Pedo, bueno! ¿No me haz disho que contada?
—Sí, pero una historia, una anécdota, algo que merezca la pena oír o leer.
—Anda que tu ezquibez cozaz intedezantez. ¡Ah!, y yo no zoy ningún pazmadote.
—O sea, que me habías oído desde el principio.
—¿Quién, yo?
—Sí, tú.
—Pada nada.

No hay comentarios: