jueves, 10 de julio de 2008

Los cortes

Al verme cabizbajo, Erre C.A. se me acercó. Juntó su cara a la mía y se me quedó mirando a los ojos.
—Estoy chungo, tío.
—¿Qué te paza, Mendugo?
—Me dan sudores y tengo bascas.
—Y yo maguebiez, he, he.
—No te rías.
—¿Qué zon bazcaz?
—Ganas de vomitar.
—No te peocupez, ezo ez un codte de diheztión.
—Y tú qué sabrás…
—Tenez dasón. No lo zé. A mi nunca m’han venido a vizitad laz bazcaz ezaz. Lo máz sedca que h’eztado de un codte siempe ha zido de uno de mangaz.
—De ésos debes entender un montón, porque como eres tan oportuno…
—No ez pod ezo. Ez podque laz mangaz ziempe m’han eztodbao y mi made me laz codtaba, liztillo.
Justo en ese momento, cuando Erre C.A. acababa su explicación y gritaba un largo no, le eché la pota encima. —¡Hode, tío! ¡Cazco, masho! ¡Cómo m’haz puezto! Oto día te codtaz laz mangaz en ves de la diheztión! Pada un día que me pono camizeta.
Os imagináis que yo no estaba para seguir la conversación.

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