martes, 8 de julio de 2008

Los santos

—¿No te guztan loz Zanfedminez?
—No. No me gusta ningún santo.
—Ni al que ze le atan loz cohonez.
—¿Cuál?
—Zan Cucufato, zi no apadese lo peddido loz cohonez te ato.

—¡Ah! No, ni ése.
—Pod mi abuela lo tenía todo el día en la boca.
—¿Era muy despistada?
—No. Hugaba al bingo, y ziempe peddía. Luego llegaba a caza y desía que no encontaba el dinedo y le ataba loz…
—Ya. Ya se lo que le ataba tu abuela a San Cucufato.
—Lo que no m’ecsplico ez cómo nadisez tashaba loz númedoz en el cadtón…
—Pues como todo el mundo, con un rotulador. En mi época eran todos verdes.
—Impozible.
—¿Por qué? ¿Era manca?
—No, eda una hodmiga.
—¡Si, hombre! Y ahora me dirás que tu abuelo era un elefante.
—¿Cómo lo haz zabido?
No pude contestar, pero sí reír al acordarme del chiste en el que una hormiga vadea un río a lomos de un elefante.
—Poz no veo yo que tenga gasía —se amoscó un poco Erre C.A.
—Espera que te cuente el chiste —pero, por respeto a sus mayores no se lo conté.


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