miércoles, 8 de octubre de 2008

El faro de Alejandría

—¿Cuándo eztá la comida?
—Cuando esté.
—¡Ho! ¡Cómo te ponez!
—¿Cómo me pongo? ¿Cómo me pongo...?
—Azí no daz buen ehemplo.
—Para lo que te sirve.
—No digo a mí. Yo ya te conosco mehó que tú y no teno adeglo, pedo ehemplo pada loz demá.
—¿Ejemplo? Escucha por una vez —y me solté la melena y la tensión—. Ser ejemplo y faro de Alejandría debe ser como ser objetivo prioritario de ETA. Y digo debe ser porque lo segundo, de momento, no lo experimento; pero todo se andará, porque para esa panda de asesinos estar en su contra es como estar en contra de la vida. Por el contrario, aquello de ser admirado y digno de copia se convierte en la máxima expresión vital, que no es otra cosa que el sufrimiento. Porque ¿no es en él donde nos sentimos más vivos? Siendo la luz sin buscarlo te sientes en el centro de unas críticas que entre la admiración y la envidia de quien la ve, la luz digo, no admite la comprensión de quien vierte esas críticas. El único consejo que recibí al irme a la mili te lo devuelvo a ti con un eco de treinta años: Lo mejor, pasar desapercibido.
—¡Hode, tío! Zodpendido me dehaz. ¡Made mía...! ¿Y la humildá?—Verde, como tu vergüenza, por eso se las comió el mismo burro.
—Vale, vale… Pedo yo teno hambe.
—Pues cómete el collar.
—Ya me lo he tagado, pedo no pod la guza zino pod la impezión.

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