miércoles, 22 de octubre de 2008

La confesión

—Hoy no está el horno para bollos.
—En mi pueblo desimoz que no tenemoz el coño pa duidoz.
—Escucha, coño. Y no sigas metiendo la pata sin querer. Deja que te diga una cosa, y con ella tienes que tener para todo el día de hoy como mínimo. Sino, lo nuestro puede acabar como el rosario de la aurora. Y no me preguntes quién es la Aurora.
Erre C.A. cambió su acostumbrado semblante de guasa y me contestó muy serio.
—Tú didaz, zoy todo oídoz aunque no tenga.
—No sé si te servirá para algo, ni me importa, pero te lo digo para desahogarme.
—Venga, zuéltalo ya y me voy. No quiedo poblemaz.
—Pues escucha: Sufrir por alguien no es culpa de ese alguien. Es uno mismo quien, en un bucle sin fin, se adentra en un dolor sin sentido. Te lo digo por experiencia y por quien más me duele.
—Oído. Ahí te quedaz y que uzté dezuelva zuz cozaz. Ente doz no cabe uno. Taluego. Y dale decueddoz a tu shica.

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