miércoles, 15 de octubre de 2008

Vencido, pero con muletas

Mientras yo cantaba Vencidos, una canción en la que Serrat musica una poesía de León Felipe, Erre C.A. apareció por el umbral de la puerta de mis despachito. Arrastraba un talego rojo. Dejé la canción y le pregunté.
—¿Qué llevas ahí?
—Un zaco de iluzionez. Zon míaz, pedo te puedo pestá alguna.
—¿Y quién te ha dicho a ti que yo necesito de ilusiones ajenas?
—Nadie. Pedo cuando cantaz eza cansión pod lo bahiniz…
—La canto porque me gusta.—Ya… Y ze t’empañan loz ohoz de la emosión, no te hode. Pedo, oye, zi no quiedez, tú mizmo. Aunque teno iluzionez de todo tipo —Erre C.A. metió mano en el saquete y empezó a sacar objetos—. Mida, ezto ez pada hasé una colesión de comoz de fuboliztaz… —dejó el cromo en el suelo—. Ezte balón lo guaddo pada cuando huegue la final de la shampion en el Bednabeu… Ezte mono ez Amedio, ¿t’acoddaz? —y se puso a cantar—. En un puebo italiano lehoz de laz montañaz vive nuezto amigo Madco… —dejó al mono en el suelo y sacó una linterna—. Ezto ez pada dá lus a loz amigoz cuando ze lez han fundío loz plomoz —la encendió y me alumbró directamente a los ojos.
—Quita eso de ahí, que me ciegas.
—¿Máz?
—Graciosín —le insulté.
—¿No quiedez nada? También teno un muñequito pada nietoz y nietaz, un calidoscopio pada vé la dealidá de colodez…
—¿Y se puede saber de dónde has sacado toda esa morralla? Siempre dices que no tienes nada, salvo tus collares.
—Y ez veddá.
—Pues me lo cuente el señorito —le invité.
—¡Ay made! —se quejó él y se dispuso a explicarme algo que él pensaba que yo debía saber—. Ezta talega me la haz llenado tú, Mendugo. Lo que paza ez que no edez conzsiente de la mitá de laz cozaz que hasez.
—¿A que no tienes un poco de aliento por ahí? —le reté.
Erre C.A. metió la cabeza dentro del saco, donde ya tenía las manos y oí un no apagado. Sacó la cabeza de la talega y quedó pensativo. Al poco me invitó a acercarme. Lo hice y me corrigió.
—Máz, hombe. Asedcate un poco máz —roce mi nariz con la suya y él abrió su bocaza y me echó el aliento. Me retiré con cara de asco.
—No seas guarruzo.
—¿No quedíaz aliento…? Poz toma aliento —y se marchó arrastrando el saquillo y murmurando—. Uno nunca zabe cómo asedtá contigo…
Ese día no volví a cantar entre murmullos, porque como escribió Patxi Andión “El que canta bajo canta solo y es el suyo un canto para dentro”.

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