jueves, 17 de noviembre de 2011

Un rano amaestrado

—¿Qué haces ahí metido?
Erre C.A. me contestó pero fui incapaz de oírle. Estuve un buen rato mirándole dentro de la caja donde se había metido. Notaba como iba cambiando de color. Cuando adquirió el tono de las moras terminé por abrir la caja. El sonido que hizo la tapa de plástico al abrirse me recordó el “pop” de los Potitos Bledine. Tampoco así salió el rano. Después de otro rato observándole, le saqué. Y me costó. Su color fue tornando al verde original. La cara, amarilla ya, tenía una expresión rara, como ausente. Le puse debajo del grifo y abrí la llave del agua fría. Y reaccionó.
—¡Zocoooooodo!
Como es tan exagerado no me conmovió e insistí en la pregunta inicial.
—¿Que qué hacías ahí?
Tampoco sació mi curiosidad esta vez.
—¡Ho, tío! Cazi la diño.
—Si lo sé… —dejé caer mientras le envolvía en una toalla.
—Ya no quiedo tabahá en el sidco. Pefiedo seguí ziendo un payazo d’a pie, como todoz. Que le den a laz contodzionez.
—Hombre —le contesté—, tampoco creo yo que nadie pagara por ver un muñeco de peluche contorsionista. No tiene mérito.
—¿Pedo tú haz vizto alguna ves a un dano amaeztado, lizto?
—Sí. Y además, salvaje y tonto. ¿Tú no sabes que respiras aire? Por lo menos podrías agradecerme el salvarte la vida.
—Pada la que llevo… —se quejó—. No encuento mi zitio en eza vida que disez.
—Tu sitio es esa estantería. Así que súbete ahí, y estate tranquilo un par de horas, anda.
—Zi, hombe. Y mientaz, tú vivez.
—Y tú también, salvo que quieras volver a intentar un ejercicio de Houdini.
—Eztoy yo como pada houdidme máz. Zúbeme, podfa, que no teno fuedsaz ni pada mové un dedo —le subí a la balda.
—¿Quieres un tentempié? —quise tocarle la fibra.
—Mehod un bocata.
Ante esa contestación me quedé tranquilo y me fui de la habitación.
—¡Eh, Mendugo! —me gritó—. Ze te olvida algo: mi tentempié.
—Sácalo de la chistera. La magia es menos peligrosa que hacer contorsiones.
—Amaeztao. Eztá clado. Ezo ez lo que zoy, un dano amaeztao. Lo que le guztadía zabé a Ede Se A es quién nadisez ha puezto la tapa a la caha ezta noshe.
Cuando llegué al salón, di los buenos días a mi chica y ella contestó con un comentario que no tenía nada que ver con mis buenos deseos:
—No dejes abiertas las cajas que tengo en tu zulo, se llenan de polvo y no hay quien lo saque del plástico.
Mi contestación tampoco tuvo nada que ver con su advertencia.
—Y tú cuando tapes una, mira quien está dentro —me miró extrañada y yo le sonreí—. Y cuando te levantes por la noche, ponte las gafas.


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