martes, 3 de enero de 2012

¡Qué difícil entenderse!


Nota:-El final lo aporta Sofía


—Te van a poné un monumento en Codeoz.
—¿Por qué?
—Podque debez zé el único individuo que manda cadtaz poztalez.
—También las recibo de Deme.
—Poz a él en Cuenca y a ti en Madí. Loz zelloz han pazado a zé antigüedadez, tío.
—Pero a ti bien que te gusta cotillear en el contenido de mis cartas.
—Podque me padesen documentoz del ziglo diesizéiz.
—En aquella época también los llamaban billetes.
—Ah, pod ezoz te guztan.
—No. Me gustan por lo íntimo que me parece. Me gustan las cartas manuscritas porque cuando las escribo me parece como si compartiera ese rato con el destinatario, entre otras muchas cosas. Es un acto íntimo…, sin intermediarios.
—Como la maztudba…
—No seas bruto, Erre C. A. —le corté.
—Vaaaaaale.
—Además, intervienen al menos dos personas.
—Ez que lo pintaz d’una maneda…
—También me parece un rito del que me veo protagonista.
—Vamoz, como loz cudaz cuando cantan miza.
—Si sienten lo mismo que yo, no me extraña que celebren todos los días. Pero si yo escribiera a diario creo que perdería el encanto.
—Edez un domántico, Mendugo.
—Para algunas cosas sí.
—Yo pefiedo el codeo elestónico o el eze eme eze.
—Cada medio de comunicación escrito tiene su momento y su lenguaje. No me veo yo enviando un SMS a un amigo contándole mis sentimientos y vicisitudes. Para un recado o un aviso, vale, pero…
—El hábito hase al monhe.
—No, no es eso. De la misma forma que no escribiría una carta en papel de estraza, salvo fuerza mayor. Otra cosa que me gusta es releer las que me remiten.
—¡Qué abudido!
—Para mí no. Una carta manuscrita es un regalo que puedes disfrutar más de una vez.
—Depende de lo que te ezquiban. Pedo, clado, pod el pesio de un zello que oto paga, tú te compaz una novela.
—Una de dos, o yo no me explico o tú no me entiendes.
—La una.
—¿Cómo que la una?
—Que la una cosa que haz disho: tú no te ezplicaz.
—Menos mal que esta conversación se está escribiendo, si no, habría quien te daría la razón.
—Mendugo, tú teníaz que habé zido notadio. Mida que te guzta levantá asta.
—Si me gustara levantar astas, hubiera sido confaloniero.
—¿Eze quién ez, el que va con el falo pod ahí?
—No. Pero lo que está claro es que tú y yo vivimos juntos pero en mundos diferentes.
—Zi midadaz una miahita máz hasia fueda y menoz hasia dento, a lo mehó coinsididiamoz máz.
—¿Mira quién fue a hablar! El de una mierda para mí que para eso es mía.
—Ezo ez zed egodizta, no intovedtido ni autizta. Pod siedto, ¿tienez algo pada loz golpez?
El motadón con el manco
—No pienso pegarte.
—No, ez que ayed en el padque me he hesho un motadón con un manco de pieda.
—¿Qué te ha hecho un manco?
—Un motadón —y Erre C. A. me enseñó un cardenal en su rodilla.
—¿Pero así, cómo vamos a entendernos?
—Pada entendedze zoban laz palabaz o zon laz que eztodban la comunicasión. Zi Ede Se A no hablada, segudo que le acadisiabas y le poníaz en tu cama. Que ez lo popio que haséiz loz humanoz con un pelushe y no lo que hasez tú con tu dano —y se fue mosqueado.










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