miércoles, 14 de marzo de 2012

La Primitiva

—Mendugo.
—¿Qué?
—Ayé no te quize desí nada...
—¿De qué?
—No, de nada —pareció arrepentirse Erre C. A. de lo que me iba a contar.
—A ver, ¿qué has hecho ahora? —intente tirarle de la lengua.
—¿Te acueddaz que ayed llamadon al telefonillo y que tú eztabaz en el baño?
—Sí, me dijiste que era una cartera comercial.
—En padte te mentí. Mendugo...
—¿Quééééééé, pesado?
—Que ayed me tocó la Pimitiva se arrancó por fin.
Me volví despacio, con la vista clavada en Erre C. A., sin saber qué decir y sin salir de mi sorpresa. Apenas pude balbucir un “¿mucho?
—Lo zufisiente.
Me dejé llevar por sus palabras porque no salía de mi asombro.
—¿Lo suficiente para qué? —le pregunté por preguntar desde el shock de la noticia.
—Pada zentidme felís —dijo él poniendo los ojos en blanco.
—Invitarás a algo, ¿no?
—Hombe, tampoco he hablado de planez de boda.
—Ya, pero un buen pellizco se merece unas cervezas.
—No, no ha zido un pellisco, tan zolo un  dose.
—¿Un doce?
—No, un dose no. Una cadisia, un dose de manoz.
—¿Qué tiene que ver un roce de manos con un premio en metálico?
—¿Tú m’ezcushaz y m’entiendez o zólo te guíaz pod tu sedebo de mozquito? —me preguntó enfadado Erre C. A. —. Pada mi ez muy impodtante ezte azunto, Mendugo.
—No hace falta que te pongas así, hombre, perdón, rano. Y menos cuando te ha tocado la Primitiva.
—Tienez dasón. Tú no pintaz nada en mi delasión con la Pimitiva.
—¿En qué relación? —cada vez entendía menos lo que me contaba.
—Zí, aunque ella no lo zepa todavía, m’intensión ez mantené una delasión dudadeda.
—¿Quieres decir que te dure mucho el dinero?
—¿Qué dinedo, tío? —se extrañó el rano.
—Pues el que te ha tocado —le aclaré.
La mano que tocó el cielo
—A mí no me ha tocao dinedo alguno. A mí me ha dosao la mano la cadteda, la Pimitiva. ¿O no ze llama azí el pivón eze que noz sube loz paquetitoz que no caben en el busón? —Erre C. A. volvió a poner los ojos en blanco, suspiró y sintió en voz alta:— M’entegó un paquete pequeño y al cohedlo Ede Se A, zu mano, y  zobe todo la mía, tocadon el sielo. No me pienzo lavá ezta manita —terminó por anunciar con la mano izquierda en alto y haciendo el gesto de los cinco lobitos y tocándose con la otra el lugar donde se supone que tiene el corazón. Yo me quedé sin palabras pero me aclaró la ausencia de collar en el cuello de Erre C. A. 
En el fondo me daba igual el motivo, pero por primera vez sentí miedo de que el rano se largara, porque las dos fuerzas más grandes que yo conozco, para acercarnos a un destino no buscado, salen del amor y del dinero. El comentario del que seguía con los ojos en blanco y acariciándose la mano culpable me sacó de mi ensimismamiento.
—A padtí de ahoda, abo yo ziempe la puedta, pedo zólo pod laz mañanaz. Y di a tu hiha que compe máz cozaz pequeñaz pod Intedné. Y zi no y'habladé yo con ella, que zegudo que m'entiende mehó que tú.





.
  
Imagen bajada de www. voyaganardinero.com

No hay comentarios: